Podemos hacer las cosas nosotros mismos o pagar a otras personas para que nos las hagan. Son dos sistemas de abastecimiento que podríamos denominar “sistema de autarquía” y “sistema de organización”, respectivamente. El primero tienda a crear hombres y mujeres independientes; el segundo supone hombres y mujeres integrados en una organización. Todas las comunidades existentes se basan en una mezcla de ambos sistemas; pero la proporción de uno y de otro son diversas.
En el mundo moderno, durante los últimos cien años aproximadamente se ha producido un cambio enorme en la historia: de la autarquía a la organización. A consecuencia de esto, las personas se vuelven cada vez menos autosuficientes y más dependientes. Pueden afirmar que tienen niveles de educación más altos que cualquier generación pasada; pero lo cierto es que no pueden hacer nada sin ayuda de otros. Dependen completamente de vastas y complejas organizaciones, de máquinas fabulosas, de ingresos monetarios cada vez mayores. ¿Qué ocurre cuando sobreviene el paro, la avería mecánica, las huelgas, el desempleo? ¿Proporciona el Estado todo lo necesario? En unos casos, sí; en otros, no. Muchas personas quedan atrapadas en la red de seguridad; y ¿qué ocurre entonces? Pues que sufren, se desaniman y hasta se desesperan. ¿Por qué no pueden ayudarse a sí mismas? En general, la respuesta es evidente: no saben cómo, nunca lo han intentado, no sabrían siquiera por dónde empezar.
John Seymour puede decirnos cómo ayudarnos a nosotros mismos, y en este libro así lo hace; es uno de los grandes precursores del autoabastecimiento. El precursor no debe ser imitado, sino que hay que aprender de él. ¿Debemos hacer todo lo que John Seymour ha hecho y hace? Desde luego que no. El autoabastecimientos absoluto es algo tan desequilibrado y, en última instancia, tan absurdo, como la organización absoluta. Los precursores nos indican lo que se puede hacer; pero a cada uno de nosotros corresponde decidir lo que se debe hacer, esto es, lo que debemos hacer para devolver un cierto equilibrio a nuestra existencia.
¿Debe uno tratar de cultivar todas las plantas alimenticias necesarias para sí y su familia? Si intentase hacer tal cosa, probablemente haría poco más. ¿Y todas las demás cosas que hacen falta? ¿Hay que ser aprendiz de todo y maestro de nada? En la mayoría de los oficios resultaría uno totalmente inepto, sumamente ineficaz. Ahora bien, si se intentan hacer algunas cosas por sí mismo y en provecho propio, ¡qué diversión, qué alegría, qué liberación de toda sensación de dependencia absoluta de la organización! Y algo acaso más importante: ¡qué formación tan genuina de la personalidad! Hay que estar al corriente de los procesos reales de creación. La innata creatividad del hombre no es algo trivial o accidental; si la olvidamos o subestimamos se vuelve fuente de angustia que puede destruir la persona y todas sus relaciones humanas, y que, a escala colectiva, puede destruir —o, mejor dicho, destruye inevitablemente— la sociedad.
Y a la inversa, no hay nada capaz de detener el florecimiento de una sociedad que consiga dar rienda suelta a la creatividad de sus miembros. No puede ordenarse y organizarse esto desde la cima del poder; no podemos encomendar al gobierno, sino a nosotros mismos, el establecimiento de tal estado de cosas. Ninguno de nosotros debería, por otra parte, seguir “esperando a Godot”, porque Godot nunca llega. Es interesante el pensar en todos los “Godots” que la humanidad contemporánea aguarda: este o aquel fantástico adelanto técnico; los nuevos y colosales descubrimientos de yacimientos de petróleo y gas; una automatización tal que nadie, o casi nadie, tenga que mover un dedo nunca más; planes gubernamentales que resuelvan todos los problemas de una vez para siempre; empresas multinacionales que efectúen grandes inversiones en las más recientes y mejores tecnologías; o, simplemente, “el próximo auge económico”.
Y a la inversa, no hay nada capaz de detener el florecimiento de una sociedad que consiga dar rienda suelta a la creatividad de sus miembros. No puede ordenarse y organizarse esto desde la cima del poder; no podemos encomendar al gobierno, sino a nosotros mismos, el establecimiento de tal estado de cosas. Ninguno de nosotros debería, por otra parte, seguir “esperando a Godot”, porque Godot nunca llega. Es interesante el pensar en todos los “Godots” que la humanidad contemporánea aguarda: este o aquel fantástico adelanto técnico; los nuevos y colosales descubrimientos de yacimientos de petróleo y gas; una automatización tal que nadie, o casi nadie, tenga que mover un dedo nunca más; planes gubernamentales que resuelvan todos los problemas de una vez para siempre; empresas multinacionales que efectúen grandes inversiones en las más recientes y mejores tecnologías; o, simplemente, “el próximo auge económico”.
Nunca se ha visto a John Seymour “esperando a Godot”. Inherentemente el autoabastecimiento es el afán de empezar ya, sin esperar a que algo ocurra.
La tecnología en que se apoya el autoabastecimiento de John Seymour es todavía muy rudimentaria; pero puede, evidentemente, perfeccionarse. Cuanto mayor sea el número de sus adeptos más rápido será su ritmo de perfeccionamiento, es decir, de creación de técnicas destinadas a lograr el abastecimiento de uno mismo, la satisfacción en el trabajo, la creatividad y, por ende, la buena vida. Este libro es un importante paso en este sentido y yo lo recomiendo al lector con sumo agrado.
E. F. Schumacher
Prólogo del libro de John Seymour, Guía Práctica Ilustrada para la Vida en el Campo.
John Seymour Escritor, locutor, ecologista, minifundista y activista; un rebelde contra: el consumismo, la industrialización, organismos genéticamente modificados, ciudades, coches; y un defensor de: la independencia, responsabilidad personal, autosuficiencia, jovialidad, horticultura, cuidado de la Tierra y el suelo. John Seymour (1914 - 2004)
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